Fukushima sigue siendo un revelador objeto de investigación: Nuevas lecciones de la lluvia radiactiva
Lo que salió fundamentalmente mal en la central nuclear de Fukushima Daiichi en 2011 es ampliamente conocido. Un maremoto seguido de un tsunami causó daños considerables en el emplazamiento del reactor.
Las consiguientes fusiones del núcleo debidas a la pérdida de refrigeración destruyeron grandes partes de la central nuclear. Además, se liberaron sustancias radiactivas, en torno a una quinta parte de la cantidad liberada en el accidente del reactor de Chernóbil.
Ya se han aprendido algunas lecciones de la catástrofe. Por ejemplo, los bloques de reactores de las centrales nucleares de nueva construcción se construyen más separados entre sí, ya que el sistema de ventilación de un bloque fue destruido por la explosión de otro en Fukushima.
Un estudio actual, que puede consultarse en iScience, se ocupa principalmente del patrón de lluvia radiactiva de la catástrofe. Durante el apagado de los reactores, hubo que llevar a cabo una despresurización que provocó la contaminación en una franja de más de 50 kilómetros de largo.
La cuestión central era cómo pudo surgir exactamente esta imagen. Al fin y al cabo, incluso después de cinco años, la radiación en esta extensa zona era tan alta que la dosis anual típica se alcanza en menos de dos semanas. Poco después del accidente, bastaron unos pocos días.
Por tanto, los investigadores concluyen que la despresurización se llevó a cabo siguiendo un protocolo fijo. En el momento crucial, el viento soplaba hacia el interior, mientras que unas horas antes se había desplazado hacia el mar.
Otros dos puntos se consideran mucho más críticos. Por ejemplo, la información proporcionada al público era claramente demasiado técnica. La posible exposición a la radiación se indicaba en mili y microsieverts por hora, con los que casi nadie puede relacionarse, en lugar de referirse a la exposición anual procedente de fuentes naturales de radiación.
Este valor es de 1 a 2 milisieverts por año, o 0,2 microsieverts por hora. En la propia Fukushima fue posible medir millones de veces este valor durante la catástrofe. En la zona de lluvia radiactiva, fue significativamente más de cien veces superior.
Además, no existía ninguna estrategia para evacuar la zona de 20 kilómetros (12 millas). Además, existía la mencionada franja de radiación aumentada, que no encajaba en el rígido concepto de una zona de evacuación circular.
En general, el estudio concluye que existen planes detallados para prevenir el máximo accidente imaginable en la mayoría de las más de 400 unidades de reactores activas. Sin embargo, el procedimiento tras una catástrofe de este tipo, que volverá a ocurrir, al menos estadísticamente hablando, es a menudo inadecuado.
Hay que reconocerlo: Prevenir la mayor catástrofe posible parece más glamuroso. Sin embargo, tener unas cuantas buenas ideas en el cajón sobre lo que puede y debe hacerse en el mejor de los casos no debería hacer ningún daño.
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